viernes, 24 de abril de 2015

Brave New World

                                                         SUBLEVACIÓN

                                                                                               Febrero del 3702



Humo. Gritos. Sangre. Fuego. Caos. La gente esclavizada corría en todas direcciones tratando de escapar de aquel desastre. Habían pasado dos años desde que los siete niños habían escuchado la voz de Uno aquella medianoche. Tras la descarga habían perdido la conciencia y al día siguiente habían despertado cada uno en sus respectivas "camas" como si nada hubiera sucedido y todo hubiera sido solo un sueño. Los siete recordaban claramente lo que Uno les había dicho: "Os daré parte de mi poder y os convertiréis en Celestes." Sin embargo ellos no habían experimentado ningún cambio en el cuerpo ni nada por el estilo. Por muchas ganas que tuvieran de escapar del lugar tal y como Elliot había dicho no tenían ninguna oportunidad contra los sectarios. Las semanas transcurrieron lentas y muy largas con el habitual día a día. Trabajo. Palizas. Más trabajo. Más palizas. Dos horas de sueño y vuelta a trabajar. El primer síntoma de cambio llegó al año, cuando tras un incidente con Elaisha, Adam y Ashe dieron la cara por ella y ambos fueron severamente castigados hasta el punto de matarlos a ambos. Nina, sin saber cómo, los había curado a los dos dejándolos como nuevos. Después de aquello, todos comenzaron a experimentar cambios seguidos por extrañas situaciones y poco a poco despertaron sus poderes. Adam descubrió que podía levantar barreras invisibles de cualquier tipo. Ashe era capaz de memorizar cualquier movimiento que viera y recrearlo ella misma, memoria muscular. Adhara por su parte movía cosas con la mente. Klaus era el más chocante, ya que creaba bolas de energía que causaban explosiones de destructivo poder. Elliot había descubierto que tenía la curiosa habilidad de anular los poderes de sus amigos, lo cuál era muy útil en caso de que alguno se descontrolara y por último, Elaisha poseía el poder de sentir lo que los demás sienten y transferir esos sentimientos a quien ella quisiera. Empatía. Después de todo, Uno no había mentido, por lo que la misión que les había encomiado también era legítimo y debían cumplirla. Acabar con la secta, hacerse dueños de la Torre y buscar voluntarios para terminarla. Después de aquello aprovechaban cualquier rato libre para practicar con sus poderes y perfeccionarlos y con la edad de trece años los siete poseían un dominio absoluto de sus particulares habilidades.

De nuevo en la actualidad los pasillos de la semi construida torre se encontraban abarrotados de gente que huía despavorida aprovechando la confusión que se había creado de la nada. Según los rumores que se escuchaban entre los sectarios y esclavos, siete niños se habían sublevado y habían atacado a los carceleros con extraños poderes. Uno a uno los sectarios fueron cayendo y más y más esclavos se unieron a la revuelta. Mientras tanto en la zona construida más alta de la torre el líder Sectario golpeaba el puño con la mesa. - ¡¿Cómo es posible que no seáis capaces de detenerlos?! ¡Solo son siete críos! - El subalterno no tuvo ocasión de responder pues la puerta del despacho saltó por los aires debido a una explosión que lo había hecho añicos completamente. - Vosotros mocosos... - Al frente del grupo de siete se encontraba la chica morena cuyos ojos verdes centelleaban en la semi oscuridad de la noche. - Rendición o muerte. - Había dado aquella opción a todo aquel que se había puesto en su camino y por un motivo que Ashe no lograba entender, todos habían elegido la muerte. - Así que tú eres la cabecilla de esta pequeña revuelta... - El chico corpulento que se encontraba detrás de Ashe soltó una risotada. - ¿Pequeña revuelta? La torre es nuestra y vuestros abusos han terminado... - No había terminado la frase cuando el subalterno sectario se lanzó hacia Ashe con espada en mano. La aludida no se movió en ningún momento, no hizo falta. El hombre nunca llegó hasta ella. Primero se dio de morros contra una barrera invisible y después de que la espada se le hubiera caído al suelo a causa de la sorpresa y conmoción, el objeto se había elevado solo y le había atravesado la frente matándolo al instante. - Monstruos... - Bramó el líder sectario con los ojos abiertos como platos. Los ojos de Ashe, hasta ahora clavados en el cadáver del subalterno se volvieron al líder. - Rendición o muerte. - Volvió a repetir con una calma y sangre fría escalofriante. - Celestes... - Escupió con repulsión mientras Ashe daba un paso al frente. - Me tomaré eso como un "no". - El líder agarró su hacha, pero de poco le iba a servir, cuando se volvió hacia los siete chicos una bola de energía golpeó su pecho, explotando casi todo el despacho y lanzando el cuerpo fuera de la torre por un hueco en el muro creado a causa de la explosión. - No era necesario matarlo Klaus, Ashe. - Reprochó una Elaisha algo molesta a los otros dos chicos. - Hemos cumplido con el acuerdo, ¿no es así? A todos les dimos la opción de rendirse o morir. Son las condiciones que estableciste cuando decidiste formar parte de esto. Ahora no hay vuelta atrás. La torre es nuestra. Todo el que antes fuera esclavo y que quiera quedarse que lo haga. Ya nadie será tratado como un esclavo, sino como un trabajador y se dará asilo y comida a todo aquel que coopere. Trasmitid eso a todos los presos. - Elliot, Nina y Adam se pusieron a ello y Ashe suspiró un momento mirando al cielo iluminado por la luna. - Por fin libres... -


Mientras tanto en algún lugar del Continente del Sur...

- Creo que se ha vuelto a perder en el bosque. - Soltó una chica morena de unos once años. Pequeña de estatura incluso para su edad. Muy delgada, ojos grandes claros, de un color marrón verdoso. La cara pequeña y redondita y unos brazos y piernas bastante delgados. Llevaba puesto un vestido que antiguamente debía de haber sido blanco, pero que ahora mismo parecía más bien marrón debido a lo manchado que estaba y lo viejo que parecía. Acompañado de unos zapatos también blancos planos muy cómodos. - ¿Estás segura de que fue al bosque? ¿Cien por cien segura? - Le preguntó un chico algo más alto que ella, pero no mucho. Su pelo, rubio oscuro, parecía sucio y pegajoso en aquel instante. Con una media melena que le llegaba hasta los hombros. Su rostro, con los rasgos muy definidos estaba cubierto de suciedad, y eso hacía que los ojos de un color cristalino, resaltasen incluso aún más. No tenía envergadura alguna. Parecía estar físicamente bastante desnutrido. - ¿A qué viene tanta pregunta? Ya la has escuchado. Es muy suyo hacer este tipo de cosas. Ya aparecerá. Por ahora deberíamos volver adentro, va a oscurecer. - Replicó un chico con pelo corto, de un color rojo muy oscuro, pero intenso. Sus ojos eran de un color oscuro, casi tirando a negro lo que daba bastante impresión cuando miraba a alguien directamente a los ojos. Éste era más alto que los otros dos con mucha diferencia, pero la delgadez en proporción era la misma. Unas piernas bastante largas que le daban un aspecto algo patilargo. Vestía de una forma algo más elegante que el muchacho rubio, con unos pantalones negros que le llegaban hasta el suelo y se abrían en forma de campana al final. En la parte de arriba por el contrario vestía con una camisa blanca y una chaqueta que le llegaba más abajo que la cintura. - Supongo que tienes razón, deberíamos volver adentro. - Añadió con la frente arrugada. - ¿Y dejarle solo en el bosque? - A la pequeña pelinegra parecía atemorizarle la idea. - Estará bien, sabe cuidarse solo. - El pelirrojo se bajó de un salto del banco en el que los tres chicos habían estado sentados hasta entonces. Se encontraban en una especie de parque para niños pequeños, aunque daba la sensación de que era un parque fantasma. Todos los columpios estaban rotos y cuando hacía viento, crujían y se movían sacando ruidos escalofriantes. Frente al parque, de cara al sur se encontraba un edificio gigantesco con pinta de estar abandonado. Nada más lejos de la realidad, pues era un orfanato que había acogido a los niños que por A o por B no tenían padres. El edificio era viejo, con aspecto destartalado y con la pintura desgastada por el paso de los años. Había manchas de humedad por todas partes, por no mencionar el moho que crecía por doquier. 

- Tsk... Siempre me pasa igual... - Bufó mientras pateaba una roca que se encontraba en su camino. Este chico era algo más alto que el rubio de media melena, pero más bajito que el pelirrojo. Sin embargo, su cuerpo, delgado, estaba mucho más bien formado que el de sus amigos. Pelo largo rebelde, pero sin melena, de un color castaño oscuro y a veces claro dependiendo de por dónde le diera la luz. Sus rasgos eran atractivos, pero inusuales. Al contrario que su amigo pelirrojo, los ojos de este chico era totalmente negros. Tez algo pálida, pero no de forma exagerada. Y aún a pesar de todo, sus rasgos resultaban muy masculinos a pesar de tener once años. Vestía con unas deportivas blancas, unos pantalones pirata verde botella y una camiseta de manga corta negra con un dibujo de un relámpago de color azul en el medio. - Debería ser capaz de orientarme a estas alturas por todas las veces que me he metido ya en este bosque, pero no hay manera. - Sin tener en cuenta que ya estaba anocheciendo, el bosque era muy espeso y tupido, por lo que los rayos de sol rara vez encontraban un camino hasta dentro del mar de árboles. Desde que se habían conocido en el orfanato, él y sus amigos siempre hacían excursiones dentro del bosque, pero los hacían juntos. Últimamente él había cogido la costumbre de adelantarse o tal vez sus amigos habían cogido la costumbre de retrasarse. El caso era que ya se había adentrado en el bosque solo en más de seis ocasiones y siempre había terminado perdiéndose. Lo bueno. Nunca había pasado la noche en el bosque, siempre se las había ingeniado para encontrar la salida antes, pero en esta ocasión todo apuntaba a que se había perdido de verdad y no tenía forma de salir de aquel lugar antes de que cayera la noche. Además todos los niños había escuchado historias sobre aquel lugar. Bestias salvajes, ruidos extraños... incluso niños desaparecidos que no volvían a aparecer jamás. Él siempre había sido valiente, pero encontrarse en aquel lugar él solo con once años le daba algo de miedo. Cuando por fin se dio por vencido y dejó de caminar, se dejó caer a los pies de un árbol y encendió una pequeña hoguera para no pasar frío durante la noche. Se preguntó a sí mismo si aquel fuego ahuyentaría a las bestias peligrosas o si por el contrario las atraería. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo antes de cerrar los ojos y por fin caer dormido unos diez minutos más tarde.




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